Cuando ocupó el trono de Sevilla a la muerte de su padre, el rey Almotamid estableció un tratado con Fernando I, rey de Castilla de León, manteniendo una excelente relación con el mismo, al que colmaba de lujosos regalos y presentes.
En cierta ocasión, el rey Fernando comunicó a Almotamid su deseo de recuperar las reliquias de las santas Justa y Rufina, que suponía sepultadas en algún antiguo templo visigodo. Como el rey sevillano desconocía el emplazamiento de tales restos, contestó a Fernando que enviara personas que fueran capaces de encontrarlos, que él les facilitaría la labor con todos los medios a su alcance. [+/-] Mostrar / Ocultar
viernes, 30 de diciembre de 2011
jueves, 29 de diciembre de 2011
LA CENA DE LAS VELAS
Durante el reinado visigodo en la península, el general Teudiselo fue designado nuevo rey de los godos en el año 548. Era un hombre joven y valiente, curtido en la guerra contra los francos, acostumbrado a pelear y conseguir aquello que se le antojaba.[+/-] Mostrar / Ocultar
Su nombramiento como rey no atemperó su rebelde espíritu sino que viéndose dueño del poder usó éste para establecer nuevos impuestos sobre una población empobrecida por las continuas guerras, encarcelar a sus enemigos o mandarlos a las lejanas contiendas del norte contra los francos cuando se le antojaba la esposa de alguno de ellos, cosa habitual en él dada su afición al vino y las mujeres.
Llegó a tal nivel el descontento entre los aristócratas godos y a tal cantidad los ofendidos por los desmanes reales que se unieron para conspirar contra Teudiselo y hallaron la ocasión con motivo de una cena que, por obligación, los reyes daban cada año a sus nobles.
Discurría el año 549 cuando en los salones del palacio (algunos escritores dicen que en el Alcazar y otros en la Trinidad), a la luz de las velas, se dispuso una gran mesa para el banquete con abundante vino y viandas. Teudiselo, como de costumbre, bebió en exceso ya que era ajeno a la conspiración que se había tramado.
En un momento de la cena y a la señal que habían acordado, los invitados soplaron sobre las velas que iluminaban la mesa apagando éstas y dejando la sala a oscuras. Los nobles más cercanos sujetaron al rey y los demás se fueron levantando, de uno en uno, y pasando frente al monarca clavaron sus cuchillos en el pecho real.
De esta forma vengaron su afrenta y, al haber sucedido todo en la oscuridad, no había testigos que pudieran culpar a alguien de haber asesinado al rey y, por tanto, ningún noble quedaba excluido para ser nombrado nuevo monarca.
Llegó a tal nivel el descontento entre los aristócratas godos y a tal cantidad los ofendidos por los desmanes reales que se unieron para conspirar contra Teudiselo y hallaron la ocasión con motivo de una cena que, por obligación, los reyes daban cada año a sus nobles.
Discurría el año 549 cuando en los salones del palacio (algunos escritores dicen que en el Alcazar y otros en la Trinidad), a la luz de las velas, se dispuso una gran mesa para el banquete con abundante vino y viandas. Teudiselo, como de costumbre, bebió en exceso ya que era ajeno a la conspiración que se había tramado.
En un momento de la cena y a la señal que habían acordado, los invitados soplaron sobre las velas que iluminaban la mesa apagando éstas y dejando la sala a oscuras. Los nobles más cercanos sujetaron al rey y los demás se fueron levantando, de uno en uno, y pasando frente al monarca clavaron sus cuchillos en el pecho real.
De esta forma vengaron su afrenta y, al haber sucedido todo en la oscuridad, no había testigos que pudieran culpar a alguien de haber asesinado al rey y, por tanto, ningún noble quedaba excluido para ser nombrado nuevo monarca.
SANTA JUSTA Y SANTA RUFINA
Justa y Rufina fueron dos hermanas nacidas en Sevilla los años 268 y 270, ambas murieron en el 287, son veneradas como santas por la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa. Su festividad se celebra en Sevilla el 17 de julio y en otros lugares de España el 19 de julio. [+/-] Mostrar / Ocultar
Procedían de una modesta familia de fuertes convicciones cristianas y se dedicaban al oficio
de alfareras. En la época que vivieron dominaba el Imperio romano gran parte del mundo por
ellos conocido. En estos tiempos paganos, las hermanas dedicaban su tiempo a ayudar al
prójimo y al conocimiento del Evangelio...
Según cuenta la leyenda, durante los festejos callejeros en honor a Venus, donde se recogían
donativos para las fiestas y se obligaba a su adoración, las hermanas se negaron a
aportarlos y a adorarlo, llegando a enfrentarse con sus portadoras, llegando el mismo a
romperse.
Diogeniano, prefecto de Sevilla, las encarceló, induciéndoles a abandonar la fe cristiana,
so pena de crueles martirios. Las santas se opusieron con gran valor a las inicuas
propuestas del Prefecto, afirmando que ellas sólo adoraban a Jesucristo.
El Prefecto mandó que las torturasen con garfios de hierro y en el potro, creyendo que
cederían ante los tormentos, pero ellas soportaban todo. Mandó entonces a encerrarlas en una
lóbrega cárcel, que se cree fue en los terrenos del actual Santuario de María Auxiliadora
anexo al Colegio Salesiano de la Santísima Trinidad,(estas cárceles aun puede visitarlas
todo el que lo desee) que allí las atormentasen lentamente con hambre y con sed.
Al ver que no cedían, obligó a las santas a ir andando descalzas hasta Sierra Morena, pero
tampoco las doblegó. Tras ello las mandó encarcelar hasta su muerte, fue Santa Justa la
primera en morir, siendo su cuerpo tirado en un pozo y rescatado por el obispo Sabino.
El Prefecto creyó que, estando sola, seria más fácil doblegar a Rufina. Pero al no conseguir
nada, mandó llevarla al circo situado en la que actualmente es la confluencia de la avenida
de la Cruz Roja y la calle Fray Isidoro de Sevilla y echarle un león furioso para que la
despedazase. El león se acercó a Rufina y se contentó con blandir la cola y lamerle los vestidos como un corderillo. Enfurecido el Prefecto, mandó degollarla y quemar su cuerpo, pero de nuevo el obispo Sabino recogió las cenizas y las enterró junto a su hermana en el lugar llamado hoy Prado de Santa Justa y estación del ferrocarril de Santa Justa en el año 287.
Desde entonces su Fe alcanzó fama mundial, siendo nombradas Patronas de Sevilla, además de
los gremios de alfareros y cacharreros.
La tradición las señala como protectoras de la Giralda y la Catedral, considerando que por
su intercesión no cayeron tras los terremotos de 1504, 1655 y el terremoto de Lisboa de
1755. De esta manera, suelen estar representadas junto la Giralda, portando palmas como
símbolo del martirio y con diferentes objetos de barro en alusión a su profesión de
alfareras.
En la propia Catedral, el altar más cercano a la Giralda está dedicado a las Santas y en él
figuran sus esculturas, que proceden de la Iglesia del Salvador (Sevilla) y fueron realizadas por Pedro Duque y Cornejo en 1728.
de alfareras. En la época que vivieron dominaba el Imperio romano gran parte del mundo por
ellos conocido. En estos tiempos paganos, las hermanas dedicaban su tiempo a ayudar al
prójimo y al conocimiento del Evangelio...
Según cuenta la leyenda, durante los festejos callejeros en honor a Venus, donde se recogían
donativos para las fiestas y se obligaba a su adoración, las hermanas se negaron a
aportarlos y a adorarlo, llegando a enfrentarse con sus portadoras, llegando el mismo a
romperse.
Diogeniano, prefecto de Sevilla, las encarceló, induciéndoles a abandonar la fe cristiana,
so pena de crueles martirios. Las santas se opusieron con gran valor a las inicuas
propuestas del Prefecto, afirmando que ellas sólo adoraban a Jesucristo.
El Prefecto mandó que las torturasen con garfios de hierro y en el potro, creyendo que
cederían ante los tormentos, pero ellas soportaban todo. Mandó entonces a encerrarlas en una
lóbrega cárcel, que se cree fue en los terrenos del actual Santuario de María Auxiliadora
anexo al Colegio Salesiano de la Santísima Trinidad,(estas cárceles aun puede visitarlas
todo el que lo desee) que allí las atormentasen lentamente con hambre y con sed.
Al ver que no cedían, obligó a las santas a ir andando descalzas hasta Sierra Morena, pero
tampoco las doblegó. Tras ello las mandó encarcelar hasta su muerte, fue Santa Justa la
primera en morir, siendo su cuerpo tirado en un pozo y rescatado por el obispo Sabino.
El Prefecto creyó que, estando sola, seria más fácil doblegar a Rufina. Pero al no conseguir
nada, mandó llevarla al circo situado en la que actualmente es la confluencia de la avenida
de la Cruz Roja y la calle Fray Isidoro de Sevilla y echarle un león furioso para que la
despedazase. El león se acercó a Rufina y se contentó con blandir la cola y lamerle los vestidos como un corderillo. Enfurecido el Prefecto, mandó degollarla y quemar su cuerpo, pero de nuevo el obispo Sabino recogió las cenizas y las enterró junto a su hermana en el lugar llamado hoy Prado de Santa Justa y estación del ferrocarril de Santa Justa en el año 287.
Desde entonces su Fe alcanzó fama mundial, siendo nombradas Patronas de Sevilla, además de
los gremios de alfareros y cacharreros.
La tradición las señala como protectoras de la Giralda y la Catedral, considerando que por
su intercesión no cayeron tras los terremotos de 1504, 1655 y el terremoto de Lisboa de
1755. De esta manera, suelen estar representadas junto la Giralda, portando palmas como
símbolo del martirio y con diferentes objetos de barro en alusión a su profesión de
alfareras.
En la propia Catedral, el altar más cercano a la Giralda está dedicado a las Santas y en él
figuran sus esculturas, que proceden de la Iglesia del Salvador (Sevilla) y fueron realizadas por Pedro Duque y Cornejo en 1728.
LEYENDA DEL TESORO DEL CARAMBOLO
Formado por 21 piezas, oculto en un agujero de una antigua cabaña en un poblado alto, quizás un lugar de culto o tal vez un templo primitivo. Joyas de un oro purísimo que demuestra la riqueza existente muy poco común en esa parte del mediterráneo.
En Tartessos, la historia y la leyenda se confunden. [+/-] Mostrar / Ocultar
Las referencias literarias son escasas y confusas, pero precisamente es eso lo que hace más interesante al mítico reino. Veamos una de esos cuentos románticos que nacieron en torno a Tarsis:
" Cuenta la leyenda que reinaba Argantonio, cuando sus aliados fenicios decidieron dejar de
comprar sus productos para así obligar a los tartesios a bajar los precios y poder obtener mayor beneficio en su comercio con Tiro y el resto de colonias mediterráneas.
El rey, que era sabio y justo, se enfureció al ver la estrategia de los orientales y les amenazó con romper los tratos comerciales y expulsarles del país si no cesaban en su actitud. Los fenicios, seguros en sus colonias de Sevilla y Gadir, ignoraron la advertencia y continuaron con su proceder, lo cual aún disgustó más al ilustrado soberano, poco amigo de disputas, pero amante de su pueblo Argantonio decidió atacar las dos principales factorias fenicias para darles un escarmiento, así que dividió el grueso de su ejército en dos y, con él mismo y su hijo Terión a la cabeza, comenzaron el asedio de las ciudades. Los fenicios, que habían previsto el proceder del monarca, aprovecharon la débil situación en la que había quedado la capital tartesia tras la marcha de Argantonio y la atacaron. La ciudad quedó destruida rápidamente, pues su ejército se encontraba batallando y la defensa fue inútil. El fuego y el metal se alimentaron de los hijos de Tartessos.
Desde el asedio de Gadir, el rey distinguió el resplandor del fuego que arrasaba su capital, e intentó volver sobre sus pasos para castigar a los autores. Pero los dioses no fueron sus
aliados, pues los fenicios que atacaron Tarsis, cayeron sobre él y, quedando encerrados entre dos ejércitos, los hombres de Argantonio, incluido él mismo perecieron bajo las flechas fabricadas por su propio pueblo.
Sólo un hombre, que cobardemente se había camuflado entre los cadáveres de sus compañeros,
sobrevivió a la matanza. Y, cuando cesó la lucha, se avergonzó de su actitud y lloró la muerte del rey. Antes de que los enemigos saqueasen los cadáveres de sus compañeros, el soldado decidió redimir su cobardía. Se acercó al cuerpo inerte del monarca y le despojó de las ricas insignias reales que, por justicia, pertenecían al nuevo rey de Tartessos, su hijo Terión.
Sin pararse a pensar, se alejó corriendo del campo de batalla y no paró hasta la orilla del río Tarsis, donde se encontraba el resto del ejército. Allí, tras recuperar el aliento, informó a Terión del destino de su padre y de todo lo que había acontecido, y le tendió el lienzo en el que había guardado los brazaletes y collares propios del rey de Tartessos. El nuevo rey recompensó su bravura y se retiró a su tienda a orar. En silencio, observó los símbolos de su nuevo estatus y, con lágrimas en los ojos, juró que no los cesaría hasta haber vengado la muerte de su padre y de todos los inocentes caídos. Luego, para asegurarse que, si él moría, los fenicios no se harían con las joyas reales, las introdujo en una vasija y las enterró allí mismo.
Aún brillaban las estrellas cuando el ejército tartesio comenzó a prepararse para la batalla. Y, al alba, los habitantes de Hispalis oyeron el estruendo que produjo la primera carga. La lucha fue feroz, y las bajas fueron cuantiosas en ambos bandos. Terión, herido de gravedad, no vivió para ver la victoria, y tampoco pudo celebrar la rendición de Gadir varios meses más tarde. Así que las insignias de su padre quedaron enterradas en el lugar de su última oración, a pesar de que su breve reinado se saldó con su única promesa cumplida.
El tiempo pasó, Tartessos pereció, Roma cayó, el mundo se duplicó y el tesoro nunca apareció
durante más de 2000 años.
El 30 de Septiembre de 1956, cuando unos obreros excavaban en el cerro del Carambolo, a mitad de camino entre Sevilla y Castilleja de la Cuesta, en el término de la villa de Camas, al hacer una zanja para instalar las jaulas del Club de Tiro de Pichón, encontraron en un hueco del terreno un cántaro de barro, y al romperlo, aparecieron dentro,las brillantes piezas de oro del tesoro real de los tartesios.
Esas son las joyas que con el nombre de TESORO DE EL CARAMBOLO, se exhiben hoy al público en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla.
En Tartessos, la historia y la leyenda se confunden. [+/-] Mostrar / Ocultar
Las referencias literarias son escasas y confusas, pero precisamente es eso lo que hace más interesante al mítico reino. Veamos una de esos cuentos románticos que nacieron en torno a Tarsis:
" Cuenta la leyenda que reinaba Argantonio, cuando sus aliados fenicios decidieron dejar de
comprar sus productos para así obligar a los tartesios a bajar los precios y poder obtener mayor beneficio en su comercio con Tiro y el resto de colonias mediterráneas.
El rey, que era sabio y justo, se enfureció al ver la estrategia de los orientales y les amenazó con romper los tratos comerciales y expulsarles del país si no cesaban en su actitud. Los fenicios, seguros en sus colonias de Sevilla y Gadir, ignoraron la advertencia y continuaron con su proceder, lo cual aún disgustó más al ilustrado soberano, poco amigo de disputas, pero amante de su pueblo Argantonio decidió atacar las dos principales factorias fenicias para darles un escarmiento, así que dividió el grueso de su ejército en dos y, con él mismo y su hijo Terión a la cabeza, comenzaron el asedio de las ciudades. Los fenicios, que habían previsto el proceder del monarca, aprovecharon la débil situación en la que había quedado la capital tartesia tras la marcha de Argantonio y la atacaron. La ciudad quedó destruida rápidamente, pues su ejército se encontraba batallando y la defensa fue inútil. El fuego y el metal se alimentaron de los hijos de Tartessos.
Desde el asedio de Gadir, el rey distinguió el resplandor del fuego que arrasaba su capital, e intentó volver sobre sus pasos para castigar a los autores. Pero los dioses no fueron sus
aliados, pues los fenicios que atacaron Tarsis, cayeron sobre él y, quedando encerrados entre dos ejércitos, los hombres de Argantonio, incluido él mismo perecieron bajo las flechas fabricadas por su propio pueblo.
Sólo un hombre, que cobardemente se había camuflado entre los cadáveres de sus compañeros,
sobrevivió a la matanza. Y, cuando cesó la lucha, se avergonzó de su actitud y lloró la muerte del rey. Antes de que los enemigos saqueasen los cadáveres de sus compañeros, el soldado decidió redimir su cobardía. Se acercó al cuerpo inerte del monarca y le despojó de las ricas insignias reales que, por justicia, pertenecían al nuevo rey de Tartessos, su hijo Terión.
Sin pararse a pensar, se alejó corriendo del campo de batalla y no paró hasta la orilla del río Tarsis, donde se encontraba el resto del ejército. Allí, tras recuperar el aliento, informó a Terión del destino de su padre y de todo lo que había acontecido, y le tendió el lienzo en el que había guardado los brazaletes y collares propios del rey de Tartessos. El nuevo rey recompensó su bravura y se retiró a su tienda a orar. En silencio, observó los símbolos de su nuevo estatus y, con lágrimas en los ojos, juró que no los cesaría hasta haber vengado la muerte de su padre y de todos los inocentes caídos. Luego, para asegurarse que, si él moría, los fenicios no se harían con las joyas reales, las introdujo en una vasija y las enterró allí mismo.
Aún brillaban las estrellas cuando el ejército tartesio comenzó a prepararse para la batalla. Y, al alba, los habitantes de Hispalis oyeron el estruendo que produjo la primera carga. La lucha fue feroz, y las bajas fueron cuantiosas en ambos bandos. Terión, herido de gravedad, no vivió para ver la victoria, y tampoco pudo celebrar la rendición de Gadir varios meses más tarde. Así que las insignias de su padre quedaron enterradas en el lugar de su última oración, a pesar de que su breve reinado se saldó con su única promesa cumplida.
El tiempo pasó, Tartessos pereció, Roma cayó, el mundo se duplicó y el tesoro nunca apareció
durante más de 2000 años.
El 30 de Septiembre de 1956, cuando unos obreros excavaban en el cerro del Carambolo, a mitad de camino entre Sevilla y Castilleja de la Cuesta, en el término de la villa de Camas, al hacer una zanja para instalar las jaulas del Club de Tiro de Pichón, encontraron en un hueco del terreno un cántaro de barro, y al romperlo, aparecieron dentro,las brillantes piezas de oro del tesoro real de los tartesios.
Esas son las joyas que con el nombre de TESORO DE EL CARAMBOLO, se exhiben hoy al público en el Museo Arqueológico Provincial de Sevilla.
miércoles, 28 de diciembre de 2011
LEYENDA DE HERCULES, FUNDADOR DE SEVILLA
En el siglo X antes de Cristo llegaron los primeros navegantes fenicios a las costas hispanas. Uno de ellos, llamado Melkart era más atrevido y sobrepasó el estrecho de Gibraltar, límite conocido del mundo en aquella época. Bordeando la costa encontró la desembocadura del Guadalquivir y remontó su curso hasta el lugar en el que hoy se encuentra Sevilla. En un brazo del río situado en la zona de Plaza del Salvador-Plaza de la Pescadería estableció una colonia comercial, que recibió el nombre de Híspalis, “llanura junto a un río”.
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Sin embargo, aquellas tierras ya estaban pobladas por los turdetanos, que al mando del rey Gerión, vivían del comercio de las pieles y cueros de los numerosos toros bravos que ocupaban colinas y llanos de la región. Melkart derrotó a Gerión y no sólo lo sometió a vasallaje comercial, sino que impuso la religión egipcia sobre las creencias primitivas que profesaban los turdetanos.
Cuando murió, fue considerado héroe, santo y dios, cambiándose, con el tiempo, su nombre, primero por Herakles y más tarde por Hércules.
Sevilla ha reconocido siempre a Hércules como su fundador y, por ello, encontramos su efigie en el arquillo del Ayuntamiento (es la primera) y, acompañando a Julio César, en las columnas de la Alameda que lleva su nombre. Columnas que procedían del templo dedicado a Apolo que se descubrió en la calle Mármoles. También en el arco que existía en la Puerta de Jerez y destruido en el siglo XIX había una inscripción en latín, cuya traducción sería:
Hércules me edificó
Julio César me cercó
de muros y torres altas,
y el rey santo me ganó
con Garci Pérez de Vargas.
Esta placa actualmente se encuentra colocada en la calle Maese Rodrigo, junto a la Puerta de Jerez.
Cuando murió, fue considerado héroe, santo y dios, cambiándose, con el tiempo, su nombre, primero por Herakles y más tarde por Hércules.
Sevilla ha reconocido siempre a Hércules como su fundador y, por ello, encontramos su efigie en el arquillo del Ayuntamiento (es la primera) y, acompañando a Julio César, en las columnas de la Alameda que lleva su nombre. Columnas que procedían del templo dedicado a Apolo que se descubrió en la calle Mármoles. También en el arco que existía en la Puerta de Jerez y destruido en el siglo XIX había una inscripción en latín, cuya traducción sería:
Hércules me edificó
Julio César me cercó
de muros y torres altas,
y el rey santo me ganó
con Garci Pérez de Vargas.
Esta placa actualmente se encuentra colocada en la calle Maese Rodrigo, junto a la Puerta de Jerez.
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